África esconde misterios verdaderamente increíbles que nos harán repensar muchos de nuestros actuales esquemas vitales. Pero también esconde pobreza, dolor, llanto, desesperación y muerte. Para los que quieren descubrir esos misterios sin ignorar el sufrimiento es este blog.

sábado, 4 de febrero de 2017

Unas bragas valen más que mil palabras

Por Javier Bleda 



Como ya es público y notorio, unas presuntas bragas de Eva Braun, la esposa de Adolf Hitler, han sido subastadas en Inglaterra para mayor gloria de los compradores de fetiches. Los organizadores de la subasta las valoraron de partida entre 300 y 450 libras, pero el precio final alcanzó las 2.900 (3.300 euros), lo cual resulta cuando menos curioso puesto que también se subastaron otros objetos de la misma señora, como por ejemplo un anillo de oro, que alcanzó las 1.250 libras; y una cajita de plata grabada con las mismas iniciales que las bragas, “EB”, conteniendo su pintalabios rojo, por 360 libras, es decir, el valor añadido del morbo superó al de las reliquias orfebres. La encargada de la subasta, Sophie Jones, de la casa Philip Serrell, puntualizó que la mayoría de los lotes ofrecidos, incluida la ropa interior, iban acompañados de certificados de autenticidad y, esto es lo mejor, añadía que «La prenda interior tiene signos de uso pero no hay agujeros y están muy limpias a pesar de los signos de desgaste».

Desde luego es de agradecer que ya que se pagan tres mil y pico euros por unas bragas al menos estén limpias, aunque no sé muy bien de dónde, además de la manga, pueden sacarse el certificado de autenticidad de unas bragas con setenta y tantos años de historia como para saber que son las de Eva Braun y no, por ejemplo, las de Erika Bauer, que no tengo ni idea de quién podría haber sido por aquél entonces, pero desde luego tendría igualmente todo el derecho del mundo a grabar las iniciales de su nombre en sus propias bragas.

En este contexto, el del precio pagado por unas bragas donde lo único auténtico es que son bragas y que su diseño se adecúa a los años cuarenta, es en el que quiero centrar, una vez más, el debate sobre lo simbólico y lo real, sobre lo superfluo y aquello que debería ser, suponiendo que sea verdad que nos consideramos humanos y no se trate simplemente de una banal pretensión antropológica de estar por casa. No es que quiera plantear, ni mucho menos, que pagar más de tres mil euros por unas bragas usadas “limpias” sea ninguna exageración, yo mismo hace veintialgún años pagué alrededor de cinco mil pesetas (de las de entonces, como dirían los viejos) por unas bragas que, según la vendedora, eran muy bonitas, pero sin duda un precio exagerado para lo que yo pensaba que iban a durar puestas en la mujer a la que quería regalárselas; además, el planeta está lleno de infinidad de subastas paradójicas, como lo fue la del manuscrito de la sinfonía “Resurección”, de Gustav Mahler, por el que la casa Sotheby's en Londres consiguió superar los cinco millones de euros. Sin embargo sí considero procedente una reflexión al respecto de mi planteamiento anterior, el de que sea verdad que somos humanos y que, en principio, se supone que deberíamos preocuparnos por otros humanos a partir de tener nuestras necesidades básicas cubiertas. Tal vez sea cuestionable esto de saber definir cuáles son exactamente estas necesidades básicas, puesto que puede haber quien diga que poseer las presuntas bragas de la mujer de Hitler sea fundamental para su existencia, pero entiendo que un razonamiento básico, razonable y serio sobre dichas necesidades básicas, nos lleva a comprender perfectamente que tenemos por costumbre rodearnos de objetos tan fundamentados en el marketing de quien nos los ha vendido como, a veces, absolutamente inútiles y sobrevalorados.

En mi ya dilatada experiencia africana he encontrado de todo, gente que vive fenomenal y que no tiene nada que envidiar a los más ricos entre los ricos; gente que prioriza disponer del último modelo de móvil por encima de otras necesidades; gente culta y preparada y gente radicalmente analfabeta; gente que vive bien y gente que vive menos bien; gente que quiere que se hable de África más allá de los estereotipos (con razón), y gente que no entiende por qué esos estereotipos siguen sobreviviendo en un mundo globalizado. Pero también he encontrado, y sigo encontrando, gente que no tiene ni idea de lo que va a comer el día de hoy, ya que pensar en la comida de mañana sería hacerlo en un futuro inasumible a tan largo plazo; gente que no sabe cómo hacer para que alguno de sus múltiples hijos, nacidos en la creencia de que son un regalo de Dios, alcance a sobrevivir un día más; gente a la que beber agua limpia le extrañaría tanto que llegarían a pensar si el momento no sería un espejismo ilusorio; gente que muere por nada y otros que les dejan morir por ese nada; gente que deambula con sus hijos en brazos sin saber si están vivos o muertos; gente que no sueña con el más allá del primer mundo porque el mundo en el que viven, ya sin posibilidad de catalogación numérica, les impide el conocimiento de la existencia de otros mundos que no sea el próximo paso que sean capaces de dar. Y esto es así, lo mejor y lo peor de África, en tiempos en los que unas bragas viejas, o un puñado de notas musicales garabateadas, valen infinitamente más que muchas vidas.  


La sinfonía "Resurrección", estrenada casualmente en Berlín en 1895, el mismo lugar donde fueron encontradas las bragas de EB, aborda, también casualmente, temas universales de la vida y la muerte. Originalmente, el manuscrito fue cedido por la viuda de Mahler, Alma (bonito nombre para el debate planteado), y pasados los años acabó en manos del empresario y economista estadounidense Gilbert Kaplan, quien igualmente de manera casual nació en 1941, año arriba o abajo de la fecha original de uso de las bragas de la señora de Hitler, y que quedó tan impactado por la pieza después de escucharla en el Carnegie Hall de Nueva York en 1965, que al salir de la sala manifestó que lo hacía como "una persona distinta". Tampoco me considero yo capaz de validar qué puede hacer a alguien sentirse una persona distinta, eso va mucho con el interior de cada cual y el nombre de la mujer de Mahler; si acaso, podría afirmar con rotundidad que todo lo que he visto sí me ha hecho una persona distinta, pero con la diferencia de que la música sonaba más a réquiem que a resurrección. Al final lo único que me queda claro, desgraciadamente, es que unas bragas valen más que mil palabras.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Del hambre en África al caos de los sentimientos

Por Javier Bleda

Todos estamos acostumbrados a las noticias sobre los problemas alimentarios en África, y tanta es la costumbre que ya casi ni nos inmutamos cuando nos hablan de ello. Esto, que a simple vista no parece más que un simple reflejo provocado por la redundancia ocasional informativa sobre el tema, en realidad es algo que va mucho más allá, puesto que afecta a la capacidad comprensiva de nuestro ser humanos y revela implicaciones antropológicas que casan más con la supervivencia individual que con la protección de la propia especie.

Que una gran parte de los africanos pasen hambre de manera reiterada no parece ser problema de nadie, y que muchos de ellos mueran de pura inanición no mejora las tasas de interés por ello, más bien al contrario, parece que nos hace mirar para otro lado por lo desagradable del hecho. Queda más emotivo, por ejemplo, llorar a un muerto en atentado, o en un gran accidente, que hacerlo por los que lo hacen por goteo de manera constante.

Ahora bien, siendo cierto que aceptamos el hecho del hambre africano en lo cotidiano y lo damos por un problema lejano, no es menos cierto que existen vías insultantemente fáciles para aportar soluciones en estado práctico a las hambrunas, tanto a las que traen muerte inmediata como a las responsables de la malnutrición, causante de una muerte lejana a cámara lenta. Estas vías no son otras que promover la producción masiva de alimentos básicos en el continente negro para ir eliminando, de entrada, la necesidad de importarlos de países lejanos. Sin embargo, esto que parece tan sencillo, en la práctica se topa de bruces con políticas locales que premian la producción de biocombustibles donde debería crecer alimento. Se topa también con la manipulación de los precios internacionales de dichos alimentos básicos, lo que impide a las familias acceder a ellos en mínimas condiciones de supervivencia. Los fertilizantes para obtener mejores y más seguras cosechas adquieren igualmente precios abusivos a la hora de importarlos. Las ayudas de instituciones internacionales para el fomento y apoyo a la agricultura se pierden por el camino un año tras otro, y a pesar de ello se siguen entregando a los Gobiernos para su gestión. Los ríos de caudales increíbles que atraviesan África riegan simplemente sus riberas y por inundación, no existen políticas de regadío inteligente y aprovechamiento de los recursos hídricos que permitan hacer del riego una parte fundamental de la producción alimentaria, y de paso solucionar el problema de la sed, que no es menor que el alimentario. Por si fuera poco, los desastres naturales arrasan todo lo que se encuentran en el camino, aunque a un nivel infinitamente inferior al resultante de la unión entre corrupción, intereses creados e inutilidad manifiesta.

No seré yo el primero, ni tampoco el último, que piense que todo esto se debe a una cruenta conspiración para evitar el aumento incontrolado de la población y que, en lugar de repartir cultura como antídoto de urgencia, lo que se reparta es muerte en forma de manipulación de mercados y malas gestiones. Y si esto no es así, si nada raro se esconde tras la aceptación voluntaria y consciente del sufrimiento eterno de cientos de millones de personas, entonces, y solo entonces, es que los conceptos de la vida fallan de manera estrepitosa acercándonos peligrosamente a lo que podríamos llamar caos de los sentimientos.


África se encuentra en un evidente proceso de despegue a todos los niveles, hay millones de jóvenes bien preparados y una especie de clase media está surgiendo en todos los países que conforman el continente, incluso en los más pobres. Hay una parte de África que ya no es lo que era y en la que podemos fijarnos como estructura capaz de aportar enormes posibilidades de negocio. Pero otra parte de África, la que sufre los embates del hambre, permanece inamovible desde tiempo inmemorial y tiene todo el aspecto de seguir así hasta que una de las dos opciones posibles se apodere de la situación, esto es, que la manipulación de los mercados acabe con los que no se pueden permitir el lujo de jugar a la ruleta rusa por un puñado de arroz o, por otra parte, que dejemos de creer que no podemos hacer nada y entendamos que hay cosas que no se pueden dejar para otro día, o para otro año, porque tal vez dentro de un rato ya sea demasiado tarde. 

domingo, 1 de septiembre de 2013

La corbata de John Lennon

 Por Javier Bleda

El nombre del grupo británico The Beatles hace ya mucho tiempo que pasó a formar parte de la historia de la música, y con ellos la ciudad de Liverpool que los vio nacer. De entre sus componentes hubo uno, John Lennon, que con el paso de los años destacó por su posicionamiento claramente antimilitarista, reclamando constantemente una paz tan utópica como imposible. Y tan imposible fue que resultó ser una bala de las que se usan para matar personas, de esas balas contra las que él tanto luchaba, la que le quitó la vida en una esquina cualquiera de un lugar cualquiera.

Cuando pronto se cumplirá el 33 aniversario de su asesinato, hay una pequeña noticia que ha dado la vuelta al mundo en gran parte de los medios de comunicación, como si verdaderamente fuera algo importante para la existencia de la Humanidad, o incluso para la memoria de John Lennon: Una corbata que perteneció al cantante ha sido vendida por 5.000 dólares. Al parecer, Joyce McWillians, la vendedora y una implacable seguidora del grupo ya en sus comienzos, había recibido dicha corbata de las manos del propio Lennon en 1962 tras un concierto en The Cavern.  

Hasta aquí todo es normal, quien tiene algo que pueda resultar valioso para otra persona está en todo su derecho a venderlo y sacar provecho de ello. Pero el asunto no es cuestionar aquí el libre comercio, sino intentar dilucidar cómo es posible que podamos pagar verdaderas barbaridades por objetos meramente simbólicos y, sin embargo, nos cueste tanto tener en mente la tremenda desgracia de millones de personas en África, para muchas de las cuales el valor de venta de esa corbata habría significado la diferencia entre la vida y la muerte.

Por supuesto que no es cuestión de caer en tópicos ni demagogias al uso, ni tampoco procede criminalizar a quien comercia, porque entonces todos seríamos criminales, pero la triste realidad es que nos hemos acostumbrado a ver noticias de este tipo, e incluso con cifras infinitamente mayores, tanto como también nos hemos acostumbrado a que, cada cierto tiempo, los informativos dediquen unos minutos a las hambrunas africanas. Las noticias de subastas o compra ventas exóticas llaman nuestra atención por las cifras manejadas y por el valor intrínseco que alguien ha debido ver en lo comprado para no dudar en ofrecer lo que haga falta, es como que lo anormal en lo monetario despierta en nosotros una suerte de fantasía que nos hace jugar con nuestros sueños, tal vez demasiado ligados al dinero.

Desde luego en África las oportunidades de negocio son cada día más evidentes, y así lo están constatando empresas y empresarios de todo el mundo, que no han tenido dudas en lanzarse a la conquista del continente negro habida cuenta de que el presente de sus negocios, en los continentes blancos, y en los amarillos, es todavía mucho más negro. Ahora bien, que África sea tierra de provisión no quita para que en ella existan millones de personas que no tienen necesidad de pensar en su futuro, porque ser conscientes del presente ya es una carga difícil de llevar. Gente para la cual mantener un hijo con vida día tras día es una misión imposible, y para la que también es más que complicado verlos morir sin poder hacer absolutamente nada por ellos, a veces ni tan siquiera darles el último sorbo de agua.   

Demagogia, pura demagogia, clamarían muchos al querer hacerles ver lo que, sin poder ser, es. Y así, entre los que clamasen en voz alta para no ver lo evidente, y los que sin levantar la voz, ni tan siquiera la mirada, no clamasen pero asintiendo les dieran la razón por omisión, llegaríamos a un punto de no retorno en el que una parte de la Humanidad ignora a la otra. En ello estamos, en la ignorancia por dejación de los menos favorecidos, de aquellos que han tenido la desgracia de nacer en las tierras más ricas del planeta y, a pesar de ello, ser eminentemente pobres.

Que alguien venda por un puñado de dólares una de las muchas corbatas que a buen seguro tuvo John Lennon no tiene más importancia. Que el hecho de la venta de la corbata sea noticia de alcance mundial sí la tiene. Y la tiene especialmente porque ayer murió Ibou, hoy ha muerto Afia y Fowsia parece ser que apenas llegará a mañana, ninguno de los tres, ni el niño ni las dos niñas, superan los dos años. A buen seguro, su muerte, por causas que podrían haberse resuelto por el valor de una de las puntas de la corbata vendida, no va a aparecer en ningún medio, ni siquiera tal vez se enteren en su propio poblado porque los lugareños anden enterrando o llorando a los suyos por causas similares.


John Lennon se posicionó contra la guerra, pero no ha habido ninguna guerra, ni tan siquiera si unimos las que han asolado los pueblos durante toda la historia humana, que se cobre tantas víctimas como la guerra de la indiferencia. La próxima vez que sepa de una noticia similar a la de la corbata, por favor, asómbrese por ella, es normal, pero no olvide dedicar tres segundos a pensar en los que sufren, porque cada tres segundos es la media de tiempo que muere un menor en África sin ni siquiera haberse podido enterar del valor que muchos le damos a las corbatas.

lunes, 5 de agosto de 2013

Sufren

 Por Javier Bleda

Alguien me envió un correo con la siguiente historia y me gustaría compartirla para que la conclusión llegue a aquellos rincones más ocultos del corazón de aquellos que quieran leerla:

“Hace mucho tiempo, el hijo de un rey de Persia fue criado con el hijo del gran visir y su amistad se hizo legendaria. Cuando el príncipe accedió al trono, le dijo a su amigo:
- Por favor, mientras yo me dedico a los asuntos del reino, escribe para mí la historia de los hombres y del mundo, a fin de que extraiga las enseñanzas necesarias y sepa cómo es conveniente actuar.
El amigo del rey consultó a los historiadores más celebres, a los estudiosos más eruditos y a los sabios más respetados. Al cabo de cinco años se presentó muy orgulloso en palacio:
- Señor, aquí tenéis treinta y seis volúmenes en los que se relata toda la historia del mundo, desde la creación hasta nuestro advenimiento.
- ¡Treinta y seis volúmenes! -exclamó el rey-. ¿Como voy a tener tiempo de leerlos? Tengo muchas cosas que hacer para administrar mi reino y ocuparme de las doscientas reinas de mi palacio. Por favor, amigo, resume la historia.
Dos años después, el amigo regresó a palacio con diez volúmenes. Pero el rey estaba en guerra contra el monarca vecino y tuvo que ir a buscarlo a la cima de una montaña, en el desierto, desde donde dirigía la batalla.
- La suerte de nuestro reino está en juego. ¿De dónde quieres que saque tiempo para leer diez volúmenes? Abrevia más la historia de los hombres.
El hijo del visir se fue de nuevo y trabajó tres años para elaborar un volumen que ofreciera una visión correcta de lo esencial. El rey estaba ocupado ahora legislando.
- Tienes mucha suerte de disponer de tiempo para escribir tranquilamente. Mientras tanto, yo debo escribir sobre los impuestos y su recaudación. Tráeme la décima parte de páginas y dedicaré una velada a leerlas.
Así se hizo, dos años más tarde. Pero cuando el amigo regresó con sesenta páginas, encontró al rey en cama, agonizando como consecuencia de una grave congestión. El amigo tampoco era joven ya; las arrugas surcaban su rostro, aureolado de cabellos blancos.
- ¿Y bien?- murmuró el rey entre la vida y la muerte-. ¿Cuál es la historia de los hombres?
Su amigo lo miró largamente y, en vista de que el soberano iba a expirar, le dijo:
- Sufren, señor”.

Parece mentira que una sola palabra pueda contener en sí misma la máxima expresión de la realidad de la historia de los hombres: Sufren. Desde que el primate pasó a ser humano, o desde que el animal evolucionó a menos animal, o tal vez desde que aquél microorganismo primigenio inicial recorriera un largo camino hasta llegar a nuestros días, sea como fuera, lo cierto es que la historia de los hombres ha estado y continúa estando llena de sufrimiento, no hemos sabido cambiar eso y, al menos desde mi consideración, lo que hemos hecho ha sido incrementar nuestro sufrimiento sin mejorar paralelamente nuestra capacidad para soportarlo.

Cierto es que hemos hecho cosas grandiosas que ni tan siquiera hace unos cuantos años podrían haberse imaginado, hemos dado enormes saltos cualitativos en nuestra carrera sin límites hacia una tecnología imperante, lo cual nos ha llevado a mejorar la calidad de vida de una parte de la población, alargar nuestras esperanzas de un periodo vital más largo, descubrir nuestro mundo y hasta atrevernos a explorar otros. Todo ello nos ha ofrecido una mejora constante, una disminución parcial del sufrimiento para algunos, un creer que somos dueños de nuestro propio destino, pero en realidad, a pesar de las inequívocas mejoras, no hemos sabido hacer que la humanidad abandone la senda del sufrimiento autoinflingido, el de las guerras, el odio, ese que hace de la diferencia barrera y no asimilación. Y lo peor, no hemos sabido acabar con el peor de los sufrimientos, el sufrimiento por dejación, ese que nos hace ignorar a los que sufren simplemente por estar vivos, por haber nacido tal vez en el lugar equivocado, y es ese sufrimiento ignorado el que debería hacernos reflexionar sobre la auténtica esencia de nuestra propia existencia y si verdaderamente podemos llamarnos humanos cuando no conocemos el sentido de tener humanidad.

Mirar al futuro con esperanza es algo que hacemos a menudo, y si en alguna ocasión tenemos un momento bajo bastará con que nos compremos un libro de autoayuda para creernos que la ley de la atracción puede ofrecernos todo aquello que siempre hemos deseado. Pero hay otros, la mayoría, que no miran el futuro porque bastante tienen con sobrevivir al presente, que no tienen momentos bajos porque no saben lo que son los momentos altos, y que no pueden tener bien abiertos los ojos en busca de oportunidades porque las moscas de la miseria amenazan con la oportunidad que ya tienen de estar vivos hoy, mañana ya se verá.

Que la mayor parte de los habitantes del planeta sufran desconsoladamente no los hace de menos, sino que demuestra que los que no sufrimos ni una milésima parte de lo que sufren ellos no sabemos ubicarnos en este mundo que nos ha tocado vivir. Creemos que avanzar en políticas donde la mayoría parece tener la razón es lo correcto, pero sin embargo no escuchamos a esa otra mayoría silenciosa que ya no grita por no tener fuerzas. Sufrir es malo, ciertamente, pero dejar que otros padezcan sufrimiento extremo alegando que no podemos hacer nada es pero que malo, es una vileza. Miremos en nuestro interior y demos lo mejor de nosotros mismos, es muy posible que alguien diga que somos unos inocentes y que nuestro pequeño esfuerzo no signifique nada, y tal vez tenga razón, pero bastará tener la certeza de que un solo día hemos conseguido aliviar el sufrimiento de alguien para saber que ese es el camino correcto. 

lunes, 22 de julio de 2013

Perra vida

Por Javier Bleda

 En temporada de vacaciones de verano siempre son noticia los avisos a la ciudadanía para no dejar sus perros abandonados, por ello televisiones y periódicos se esmeran en hacer reportajes de residencias caninas donde poder alojar la mascota durante el viaje. No deja de resultar curioso que precisamente este año, 2013, en plena crisis económica y con una bolsa de parados que roza los límites de la pre revolución, los reportajes sobre hoteles caninos se centren en establecimientos de lujo, y más concretamente en el Tiny Dog Hotel de Marbella.

En este hotel parece que no admiten perros con un peso superior a 8 kilos, en las instalaciones no hay jaulas, tienen supervisión de cuidadores las 24 horas del día en grupos reducidos, dan largos paseos por la playa, disponen de gimnasio, masajes relajantes para el estrés provocado por la ausencia del dueño, camas especiales y menús gourmet. Todo ello por un precio básico de 20 euros al día, salvo que se soliciten extras para que el pobre perrito no sufra durante los días que está fuera de casa.

Esto está bien, no hay nada malo en ello, tal vez lo que debamos es aplaudir a los propietarios del establecimiento por haber sabido encontrar un segmento de mercado que está ahí y que les sirve para ganar dinero. Por supuesto, tampoco pretendo criminalizar a los propietarios de los perros que los alojan allí, a fin de cuentas un perro es uno más de la familia. Además, por cada perro que acude a un hotel de lujo hay miles que son abandonados y que, con mucha suerte, tal vez acaben en un albergue con un futuro nada prometedor.

No es cuestión de hacer demagogia fácil con esto de los perros alojados en hoteles de lujo, pero sí quisiera hacer un llamamiento a la reflexión sobre aquellos que, sin importar si son tiempos de crisis o no, sin importar si es temporada de vacaciones o no, sufren los rigores del hambre y la sed, de las enfermedades y los rigores climáticos, del abandono y la pobreza extrema, y sobre todo del olvido y la dejación por parte del resto de la Humanidad.

Podría estar escribiendo sobre esto cada día, cada mes, cada año, cada eternidad, pero difícilmente se conseguiría con ello cambiar una realidad tan dolorosa que ya dura desde que el ser humano es a la par inhumano. ¿Cómo es posible que no pensemos en los miles de millones de personas que cada día tienen que mirar a la vida de frente y a la muerte de reojo? Se quejan las organizaciones no gubernamentales que con la crisis las ayudas están sufriendo enormes recortes desde hace ya varios años, eso es una realidad incuestionable, pero, ¿y antes de la crisis? ¿y antes de las otras crisis? Para combatir la pobreza extrema no podemos centrarnos únicamente en los dineros ni en los flujos económicos que van y vienen. Hay que ir mucho más allá alcanzando un cambio global de mentalidad que nos lleve a preguntarnos si es lícito dejar que la gente muera por nada, por no tener unas monedas para pagar una mínima asistencia médica, por no tener acceso a la comida y el agua, por no ser considerados ciudadanos de primera, ni de segunda, ni siquiera de tercera, simplemente no ser considerados.   


Mientras no reconozcamos que la mayor parte de la Humanidad está viviendo al límite seguiremos equivocándonos, continuaremos por un camino que únicamente nos puede llevar al colapso. No es cuestión de dejar de atender a los perros, sino que de una vez por todas empecemos a pensar en los que tienen una perra vida.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Culpa africana en Haití

Decía el cónsul de Haití en Brasil, con poca fortuna, que la culpa de lo ocurrido en su país venía dada por los africanos, que son ellos los que han traído la desgracia a Haití, con sus historias de vudú y sus malas prácticas (supongo que se refería el señor cónsul al sector de la construcción). El caso es que, según él, esto del terremoto haitiano ha debido ser una especie de castigo divino sobrevenido por un dios castigador, el cual no ha debido ver con buenos ojos el que en un país de tradición católica los haitianos se den a prácticas cercanas al demonio. Evidentemente, la otra parte de la crítica, la de las malas prácticas constructivas relacionadas con el falso concepto de que los africanos no saben nada y lo que hacen lo hacen mal, no creo que influya en la decisión del dios consular de arrasar todo un país, aunque tal vez podríamos dejarlo en el apartado de efectos colaterales.

Este que escribo es un blog eminentemente africano, de ahí que se denomine Cosas de África, sin embargo ha sido el cónsul de Haití en Brasil el que me ha dado patente de corso, al maldecir a los africanos haitianos, para ampliar mi radio de acción al país caribeño, algo así como una ampliación geográfica del continente negro. Claro, que, puestos en ese plan, igualmente podríamos incluir en este blog a los Estados Unidos, con su presidente africano a la cabeza, y a tantos otros países cuya población, ahora autóctona, antes fue importada con certificado de esclavitud a lugares que nada tenían que ver con ellos, ni tampoco con su cultura. De ahí que ahora resulte poco menos que grosera e insultantemente ridículo que este señor de la diplomacia, pero tan poco diplomático, venga a acusar a los traídos contra su voluntad de querer recuperar y mantener sus esencias ancestrales.

Pero con todo, lo que más me preocupa no es que un imbécil presuntamente licenciado pueda traer a colación fuera de lugar las capacidades innatas de los africanos para ser perseguidos por la mala suerte, sino que, apenas pasados dos meses desde que ocurrió la tragedia de Haití, ya los medios de comunicación apenas dedican espacio a recordarnos el día a día que millones de personas siguen sufriendo después de perderlo absolutamente todo. Hemos llegado a un punto en el que cientos de miles de muertos no son nada, y tampoco lo son millones que aspiran a ser muertos en vida. Tal vez sea la crisis, la famosa crisis, la que nos impide ver más allá de nuestro impulso primario inicial de ayudar justo después del terremoto. Ahora ya parece que es tiempo de atender otras cosas más de nuestro día a día, de lo que tenemos más cercano y, si acaso, de criticar de cuando en cuando que a saber lo que se va a hacer con todo el dinero recaudado y que si aquello ahora sí que va a ser una merienda de negros, y de blancos, que a fin de cuenta son los que gestionan los fondos.

En vista de todo esto, de que hemos asistido a una de las más grandes tragedias naturales de nuestra historia, y no tanto por los muertos, sino porque ha sido destruido un país y todas sus instituciones, es por lo que he decidido marcharme a vivir a Haití, para no perderme la posibilidad de ser testigo de la impotencia ante la insistente y fría dejadez de la especie humana. Me voy a Haití para dejar constancia de cosas buenas y malas, pero también para sentirme cerca de los africanos que defiendo y que ahora son culpados por ser ellos mismos.

lunes, 8 de febrero de 2010

El hombre que retrocede

Impresionante, la escultura de bronce 'L’homme qui marche I', del artista suizo Alberto Giacometti, ha sido subastada, a pesar de la crisis, por la escalofriante cifra de 74,34 millones de euros, consiguiendo al parecer el record mundial de una obra de arte. Un comprador no identificado ha pujado con otros diez más por esta pieza, la cual acabó siendo vendida en tan sólo ocho minutos.

No tengo más remedio que identificarme por muy diferentes motivos con el comprador y con la propia escultura en sí. Con el primero porque puedo llegar a imaginar las horas que va a pasar contemplando al caminante, el cual parece presto a llegar donde haga falta, tal y como ha hecho su nuevo propietario al pujar hasta extremos inconcebibles. Y con la escultura me identifico porque fue forjada en 1961, mi año de nacimiento, aunque es de justicia reconocer que el bronce se cotiza más que la piel de periodista canalla. Dudo mucho que nadie diera un euro por mi vida, o como mucho, y ya que se ha sentado precedente en pagar a secuestradores, el Gobierno español tal vez podría pagar algo por mí en caso de secuestro internacional, pero no por mi liberación, sino porque se quedasen conmigo, que no es lo mismo.

Hace unos años caminaba con el Rastro de Madrid con un buen amigo nigeriano que acababa de llegar a España para hacer unas compras. Como no parábamos de encontrar antigüedades por todas partes mi amigo me preguntó: "¿Por qué se venden aquí las cosas viejas?". Ante una pregunta tan natural, y más después de que él viera los precios de algunas de ellas, intenté explicarle la diferencia entre lo antiguo y lo viejo, pero no me sirvió de mucho, para mi amigo aquella exposición de trastos viejos con precios por las nubes era inimaginable llevada a su contexto nigeriano en el que unos 140 millones de almas luchan por salir adelante cada día.

Recientemente, hace tal vez uno o dos años, me acordé de mi amigo nigeriano cuando una emisora de televisión quiso poner a prueba la propia concepción del arte moderno. Así, sin más, no se les ocurrió otra cosa que ir a una guardería y dejarles a los niños y niñas que se embadurnasen con pintura de manos para que hicieran lo que quisieran con un lienzo que les había entregado la periodista. Los pequeños, naturalmente, se lo pasaron pipa y pintaron el cuadro más auténtico de toda la historia de la Humanidad, una obra que bien se podría haber llamado “Inocencia en estado puro”. Posteriormente el equipo de televisión (no recuerdo qué canal era), introdujo a hurtadillas el lienzo pintado por los niños en Arco, la famosa exposición internacional de arte contemporáneo. Una vez allí, y en secreto, le pusieron un marco al lienzo y lo colgaron a la vista del público. A partir de ahí el reportaje adquirió dimensiones verdaderamente surrealistas, como mucho del arte que allí se exponía. Tanto público como críticos de arte valoraron el cuadro, sin saber de dónde venía, como una obra de alta calidad pictórica y de un valor económico considerable, aunque lo mejor era cuando alguno de ellos se atrevía a adentrarse en los insondables misterios del alma del artista intentando explicarnos lo que había querido transmitirnos al pintar aquello, y es que la gente es capaz de decir estupideces de calibre superior cuando tiene una cámara de televisión delante.

No entro a valorar la obra de Giacometti porque ni me corresponde ni entiendo. Si acaso, si alguien me preguntara si me gusta, le diría que me parece un bodrio, y más habiendo conocido artistas africanos que trabajan sin medios de ningún tipo y en condiciones infrahumanas, y que sin embargo son capaces de hacer esculturas que te dejan pensativo en lo tocante a las infinitas posibilidades de la destreza humana mezclada con la imaginación. Eso sí, por la escultura del suizo se pelean por ver quién puja más alto, mientras el autor se debe estar partiendo de risa desde su tumba, pero por la escultura del africano el turista blanco lo que hace es todo lo contrario, regatea para ver si es capaz de sacar el trabajo de una semana intensiva del escultor por el miserable precio de un café.

Pero, con todo y con eso, que me guste o deje de gustarme una escultura, independientemente de si está hecha con bronce o con latas de refrescos, no tiene ninguna trascendencia. Hay mujeres a las que yo les he gustado y nadie las ha insultado por ello, ni tampoco las han acusado de tener el gusto echado a perder. Pero lo que sí es brutalmente llamativo es que se paguen setenta y cuatro millones de euros, ciento cuatro millones en la moneda de Obama, por un simple trozo de bronce, y que quien lo haya hecho no sea consciente de lo que se podría llegar a conseguir con ese dinero en África de haber sido destinado a la ayuda al desarrollo. Con los precios que se manejan en África, por el precio pagado por la escultura de marras (perdón, de Giacometti), se podrían haber construido unas 12.000 viviendas sociales de 80 metros cuadrados y solucionar el problema de alrededor de 84.000 personas que viven donde pueden, o bien 30 hospitales equipados, o más de 500 orfanatos, o veinte mil pozos de agua, o lo que es más grave, se podrían haber alimentado a 250.000 niños en estado de desnutrición durante todo un año para salvarlos de una muerte segura, y así la lista podría ser interminable. Pero aún así, lo más insultante desde el punto de vista del ser humano no es el dinero pagado por la escultura, sino el tiempo que se tardó en que diez personas pujasen por gastar una fortuna en ella, ocho minutos y por teléfono. Si unimos los niños que mueren por hambre y sed con los que mueren por enfermedades que tendrían fácil tratamiento, cada tres segundos muere un niño o una niña. 1..., 2..., 3..., ya está. En esos ocho minutos, mientras los poderosos se peleaban por ver quién daba más por un trozo de hojalata, murieron 160 pequeños totalmente desamparados. ¡Maldita sea!

Por supuesto, Alberto Giacometti, el artista, no es responsable de nada, si acaso de que sus obras les parezcan geniales al mundo. Pero muy posiblemente, teniendo en cuenta la sensibilidad que se le supone para moldear un trozo de metal y conseguir que éste levante pasiones, estoy casi seguro que, de haber sabido lo que se iba a pagar por su escultura, y siendo consciente de la situación de los más desfavorecidos, la habría titulado 'El hombre que retrocede', porque es eso lo que estamos mostrando en tanto que humanos. No reniego del arte, hubiese preferido ser la escultura de Giacometti, siempre caminando como un nómada, ajeno a la vida e insensible a la muerte, como los que pujaron por ella.